Durante demasiados años los filósofos han discutido sobre el sentido de la humanidad o incluso de su propia naturaleza: Hobbes defendía que el ser humano era naturalmente malo y que la única forma de convivir era que una fuerza superior controlase sus actos; Rousseau, sin embargo, defendía que la humanidad es buena y empática, pero que tiende a corromperse por la propia sociedad y su sentimiento de pertenencia. Freud fue mucho más neutral: ambas naturalezas conviven en el ser humano y son necesarias tanto para destruir como para construir.
Con los años estos debates se han ido mitigando para establecerse una visión bíblica de lo que es el ser humano. Somos la imagen y semejanza de Dios, brillantes por naturaleza, familiares, bondadosos, llenos de conocimientos y superiores a todas las cosas. Somos el eje del mundo, la solución a cualquier problema. O al menos esta es la idea que se transmite a través de la propia cultura.

A pesar de todo esto, es difícil definir qué nos hace ser lo que somos realmente. Más allá de todas estas características, algunas totalmente idealizadas, se nos ha atribuído en algunas culturas que lo que nos define es lo espiritual, el alma, ese ente intangible que todos poseemos, pero que es difícil definir con precisión por su significado simbólico.
Muchas obras han tratado este tema, en especial la Ciencia Ficción, donde la fina línea entre máquinas y seres humanos se desdibuja para plantearnos la pregunta de si esos seres mecánicos, en apariencia similares a nosotros, pueden llegar a ser humanos. Quizás uno de los títulos más influyentes sea Detroit: Become Human (Quantic Dream, 2018) donde los androides consiguen liberarse de sus ataduras y buscan su propio derecho a ser libres y sentir tanto como los propios humanos que les impiden serlo, pero David Cage cae rápidamente en el idealismo antropocéntrico que empaña nuestra visión.
Tr[A]s la máscara
Hablar de la naturaleza del ser humano a través de la cultura lleva, irremediablemente, a Yoko Taro, un director y guionista conocido en el medio por sus excentricidades, como la de ir permanentemente vestido con una máscara macabra con una eterna sonrisa. Yoko Taro es tan alabado como criticado, siempre caminando al filo del desastre y aún así se mantiene en un equilibrio perfecto que le ha llevado a rodearse de un séquito pequeño, en comparación con otros creadores, pero tremendamente fiel.
Es interesante hablar de Yoko Taro porque su trabajo siempre ha ido enfocado a la propia naturaleza humana y en cómo percibimos nuestro sentido de vida. Desde Drakengard (Cavia Inc, 2003) hasta NieR: Automata (PlatinumGames, 2017) ha tratado temas sobre cómo el amor romántico puede llevar a la obsesión o cómo la heroicidad es un simple punto de vista que puede ser confundido con la más pura crueldad. Siempre crítico con la humanidad, pero a pesar de ello jamás ha dejado de lado cierta esperanza en ella.
El japonés tiene una visión pesimista de nosotros, o quizás más racional. Para Yoko Taro el encanto del ser humano está en su propia estupidez, en las ironías que rodean sus actos, guiándose más por lo emocional que por lo racional, lo que lleva al caos una y otra vez hasta que la humanidad llegue a su fin.

2B or not 2[B]
Ser o no ser, esa es la cuestión. Así comenzaba el tercer acto de Hamlet de William Shakespeare, lanzando un monólogo sobre la existencia propia, sobre si debemos continuar a pesar del dolor que nos espera en cada paso que demos en nuestra vida o, por el contrario, morir y dejar de ser. NieR: Automata comienza de la misma forma: siendo, aguantando los devenires de una invasión extraterrestre y un mundo dominado por máquinas mientras los humanos están recluídos en la luna esperando que el comando YoRHa extermine toda muestra de vida enemiga.
Todos intentan ser: las máquinas comienzan a comportarse como humanos a pesar de ser una amenaza, algunos androides como 9S comienzan a interesarse por los pequeños detalles que componían a la humanidad, A2 se mueve por la venganza y 2B, a pesar de ser un androide diseñado para matar, comienza a experimentar la empatía. Todos y cada uno de los personajes buscan su forma de existir, de ser humanos, pero lo experimentan de maneras distintas.
A través de las máquinas Yoko Taro lanza una crítica sobre el absurdo concepto de la humanidad. Las máquinas imitan todos y cada uno de los aspectos del ser humano: una comunidad instalada en el bosque instaura una monarquía y espera que su rey, un robot pequeño y débil, crezca para reinar, pero jamás lo hará. Otros rezan a Dios en busca de sentirse más cercanos a un creador que no les profesa ningún tipo de afecto, llegando incluso a la propia autodestrucción, incluso algunas máquinas intentan reproducir vida, pero esa vida sigue siendo una máquina a pesar de su aspecto. Incluso imitarán adrede los propios errores de la humanidad, porque nuestra torpeza es básica en nuestra forma de ser.
Pero la crítica más incómoda surje a través de los androides YoRHa, de esa lucha incansable por liberar a la humanidad y de su excepticismo ante el comportamiento de esos seres inertes y mecánicos, olvidando que tras esa piel sintética no son tan diferente a ellos.
«Siento que un mundo en el que solo ves lo que quieres ver está incompleto. Así como los androides ciegamente creían en la humanidad creo que nosotros también estamos ciegos sobre lo que creemos.»
Yoko Taro en Redbull.
Una de las mayores críticas de Yoko Taro en NieR: Automata es la pérdida de razón en nuestros actos guiados siempre por la visceralidad. Para el japonés la humanidad es tal y como la describió Hobbes: descarríada, con una tendencia a la crueldad cuando no es vigilada por entes superiores. Los humanos convivían ante la crítica mirada de Dios y los androides, como imagen y semejanza de sus creadores, viven con la esperanza de devolverles su hogar mientras ellos observan desde la luna.

Y ese es el punto donde el director japonés incide, en que lo que nos hace humanos es el propósito. Es quien nos mantiene en el camino, quien nos aleja de nuestra naturaleza autodestructiva, pero todos y cada uno de los personajes de NieR: Automata han sido abandonados por aquellos que guiaban sus pasos: los extraterrestres ya no están y las máquinas han perdido su propósito. Mientras que algunas buscan su propio propósito alejados en sus comunidades, los androides luchan sin compasión hasta que descubren que los humanos son una quimera, un cuento para niños, y entonces luchar deja de tener sentido.
Es un sentimiento bastante común, de hecho. Podemos empatizar con los protagonistas, con el odio irracional a otros que no son iguales a ellos y que les han quitado todo, el amor llevado a un extremo que incluso duele y nos saca de nosotros mismos, la venganza, la ira. Es algo que el propio Yoko Taro comentó en The Guardian:
«La razón por la que hay tantos personajes que sufren en mis juegos es porque quiero mostrar la realidad. Por eso la gente puede empatizar con ellos. La razón de que mis juegos sean caóticos es que el mundo es caótico, no yo. No pretendo crear finales malos, simplemente salen de forma natural».
Ver todos esos sentimientos, e incluso sentirnos afines a ellos, es la terrible verdad que escondemos. Pues como en Hamlet, al final estamos malditos a cometer los mismos errores una y otra vez por nuestra falta de razón, a «ser», sí, pero siendo la versión más retorcida de nosotros mismos a medida que la pérdida, ya sea del amor o de algún ser querido, nos consume hasta llevarnos a nuestra propia autodestrucción y a la de todo lo que nos rodea.
[C]argando el peso del mundo
«Te has vuelto blando» le recriminó Yōsuke Saitō a Yoko Taro tras el lanzamiento de NieR: Automata. Y tiene razón. A pesar del pesimismo del creador, de su visión catastrófica y absurda del ser humano, es imposible evitar que haya un rayo de esperanza en su creación. Es reconocido que el propio director defendía que sus finales siempre eran felices, aunque no de la forma que el jugador lo esperaba, si no desde el punto de vista de la búsqueda de sus protagonistas rotos, egoístas y corruptos. Pero Automata es un mensaje más humano que tras toda la tragedia esconde un deseo de esperanza para la humanidad.
NieR: Automata termina con una rebelión. Una contra el sistema, contra YoRHa y los propios creadores de la obra. Tanto los Pods como el jugador despiertan su conciencia colectiva para luchar contra la tragedia y sobreponerse, enfrentándose a todos y cada uno de los creadores del título en búsqueda de un final mejor, cansados del pesimismo y de «no ser», avanzando a pesar de las contrariedades e incluso a costa del propio sacrificio para los que los que lleguen puedan avanzar, decidan sacrificarse o no por el futuro de otros.
La última entrega de NieR no es más que la aceptación de que somos caóticos y contradictorios. Que a pesar de que lo que nos define puede llegar a retorcerse y sacar la peor de nosotros mismos, somos en realidad soñadores que buscan hacer las cosas lo mejor que saben. Simplemente el peso del mundo a veces nos viene demasiado grande.