Creo que todos podemos estar de acuerdo en una cosa, crecer da asco. Suena a adulto que no ha sabido despegarse de su infancia, y aunque es una frase muy absoluta, tiene algo de verdad. Crecemos y perdemos cosas. Cosas como la inocencia o la capacidad para maravillarnos se diluyen. La alegría empieza a escasear, las responsabilidades aumentan y comienzan las preocupaciones sobre nuestra vida y como llevarla adelante. Nuestros ojos de adulto nublan lo que vemos.
Por suerte tenemos métodos de escape, formas de regresar momentáneamente a ese estado despreocupado y feliz. Para algunos es el cine, para otros la literatura, puede ser la música o, como nos atañe aquí, los videojuegos. Por desgracia incluso estas cosas se ven dañadas, manchadas por nuestros ojos de adulto, y más de una vez no logramos disfrutar de ciertas cosas por nuestra forma viciada de consumir productos. Nos falta el tiempo y devoramos títulos a ritmos obscenos, sin pararnos a disfrutar del viaje, dejando atrás mucho de lo que nos podría transmitir.
Retazos de un sueño que parecen recuerdos lejanos
Creo que todos tenemos en nuestra memoria ese videojuego que nos enamoró de pequeños, que nos hizo soñar incluso de adolescentes, pero que al crecer se desvanece como un castillo de arena barrido por las olas. Le vemos los fallos, las cosas tontas, los chistes nos hacen menos gracia y, en general, esa imagen luminosa se apaga un poco. Obviamente seguimos teniendo títulos así, que nos llevan a lugares que creíamos perdidos y olvidados, pero no conseguimos vivirlos con la misma intensidad que aquellos con los que crecimos.
Todo esto es la nostalgia hablando, son los pensamientos de alguien que echa de menos sus ojos de niño, aquella inocencia en la que no miraba críticamente un juego, sencillamente lo disfrutaba. Y creo que todo lo que describo es algo que se agudiza cuando te dedicas a analizar videojuegos. Todos pierden el encanto, no los ves como esa obra hecha para entretenerte y llevarte a mundos en los que eres el héroe o la heroína. Ves algo a diseccionar, a colocar sobre la mesa mientras sopesas sus múltiples aspectos intentando decir algo que nadie haya dicho antes. Ya no son estrellas que cruzan el firmamento de tu mente, ahora son pedazos de mecánicas, gráficos y narrativa que se ven expuestos a tu criterio.
No nos queda nada de aquel empuje que nos llevaba de niños. Y es triste. Los videojuegos una vez nos enseñaron a levantarnos tras cada derrota y revés de la vida, a compartir nuestras cargas con las personas que nos quieren. Nos enseñaron a creer en nosotros mismos, a combatir por lo que es justo. Nos hicieron reír, llorar, enfadarnos, asustarnos y reflexionar. En los momentos más bajos, sirvieron como refugio a muchísimas personas. Y ahora nos queda una fracción de todo eso.

El final no es más importante que cualquiera de los momentos que nos llevaron hasta él
Ya no aprendemos casi nada de ellos, creemos saberlo todo. Y sí, sabemos mucho más que cuando éramos niños, hemos crecido, pero nunca viene mal que te recuerden algunas de esas otras cosas. Posiblemente leyendo estas líneas te venga un título o dos a la cabeza, incluso tres o treinta. Seguramente recuerdes con ternura esos juegos, pero sepas que no son tan buenos como creías en su momento. Pero ¿qué más da? Lo importante es aquello que te hicieron vivir, qué sentiste con ellos y qué lograste aprender. Quizás terminaste siendo más tenaz, valiente, capaz de confiar en los demás, o sencillamente lograste evadirte de los problemas que pudieses tener en ese momento.
Hemos perdido esos ojos de niño que tanto nos daban, somos cínicos y no valoramos de igual manera las cosas. Y ese cambio de valores no es malo, es parte de madurar. Pero no nos vendría nada mal recuperar una mirada más infantil para disfrutar de juegos sin tapujos ni complejos, sin pensar en lo bien o mal que está x apartado del título, sin diseccionarlo ni caer bajo la presión de lo que otros piensan. Sencillamente arrancar el juego y disfrutar del viaje.

Cosas que olvidamos y otras que nunca podremos olvidar
A veces me pongo Dearly Beloved, la canción del menú principal de Kingdom Hearts (que está al comienzo de este artículo), porque logra llevarme de nuevo a aquella época en la que no veía ridículo que personajes Disney y de Final Fantasy tuvieran aventuras juntos. También lo hago con la banda sonora de Dragon Quest, recordando como su quinta entrega logró hacerme sentir como un héroe, sobreponiéndome a todas las adversidades.
Recorro con la memoria el cómo me sentí al final de Metal Gear 3 o la sonrisa final de Sir Daniel Fortesque tras haber logrado redimirse. Pienso en Yitán de Final Fantasy IX, que me dijo que nadie es innecesario. Es más, gracias a volver a mirar con ojos de niño en mi vida adulta pude descubrir que era peligroso ir sólo, que la determinación es lo que nos hace humanos, que la grandeza nace de pequeños comienzos y que las tartas a veces son mentira.
Recuerdos que están grabados a fuego en mi memoria y que brillan de la manera más luminosa posible, a pesar de que a día de hoy reconozco los muchos fallos que puedan tener esos juegos.

Ojos de niño, corazón de adulto
Y por suerte al mirar atrás lo hago con mis ojos de niño, y no valoro esos juegos como un producto que consumí, si no como una historia que me dio algo más. Por supuesto, mi corazón de adulto me ayuda a apreciar aún más ciertos momentos emotivos y mensajes que en su momento no pude entender. Haceos ese favor, rememorad vuestros juegos favoritos por lo que os hicieron sentir, por las historias que los acompañan. Quizás los jugasteis con alguien especial, tal vez llegaran en un momento muy necesario para vosotros, puede que incluso os ayudaran a entenderos mejor. Sea como sea, no dejéis que nadie empañe esos recuerdos.
Que las notas, los críticos o incluso vuestra propia cabeza adulta no os estropeen aquello tan hermoso que vivisteis. Y si volvéis a jugarlos, hacedlo como quien explora su antigua casa. Un sitio que quizás no es tan asombroso como recuerdas, pero que está plagado de momentos geniales que experimentaste. Así quizás la próxima vez que escuchéis un tema de ese título lo hagáis recordando todo lo bueno que tus ojos de niño lograron ver.